Esos son los días en que nos reunimos con las almas de nuestros amados difuntos, a quienes recibimos en nuestras casas, ofreciéndoles las comidas, bebidas, dulces, música y danzas que les agradaban cuando estaban vivos.
Es costumbre muy antigua elevar un altar con arco florido en la sala de la casa, que se vea desde la entrada, y esparcir pétalos de cempoaxóchiltl (llamada flor de muerto) desde el altar hasta la calle, para que las almas queridas se guíen hasta él. Sobre la mesa del altar se disponen las ofrendas de comida que la tradición nos aconseja –tamalitos de dulce y de sal con carne, mole, zacahuil, galletas, pan “de muerto”, dulces, frutas, bebidas o algún platillo especial que gustaba a quienes ya no están con nosotros-; en el altar también se colocan velas o veladoras ante la imagen de Cristo, la Virgen de Guadalupe o cualquier imagen sacra venerada, y hay quienes agregan las fotos de los difuntitos a quienes se destina la ofrenda.
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